Ascensión al Aneto

Ascensión al Aneto. 2 de octubre de 2004. 3404 m

Salimos de Benasque a las 5 de la mañana con nuestros guías Javi y Agustín, tras muy pocas horas de sueño por la gran cena de la noche anterior en Ansils, chuletones incluídos.

La noche se presenta completamente despejada, bajo un cielo repleto de estrellas, y todos estamos muy motivados para ascender el pico más alto del Pirineo. Sin embargo, el tramo hasta el refugio de La Renclusa se hace duro, tal vez porque es nuestra primera vez de noche con frontales, y sobre todo porque sudamos la excesiva cena y los carajillos, que pesan en el estómago como una losa.

En La Renclusa hacemos una pequeña pausa, y emprendemos la marcha hacia los Portillones ya amaneciendo. En este tramo todos estamos muy animados, con frecuentes bromas a pesar de la dureza de las rampas (Paco: “Carlos, vete a tomar por culo”), y alcanzamos el Portillón sin problemas; no sabíamos lo que nos esperaba. En el Portillón paramos a hacer un breve repostaje.

El día es perfecto, despejado, sol agradable, y eso nos hace lanzarnos al glaciar como si fuera un paseo. Enseguida vemos que de eso nada, y empezamos a acusar el esfuerzo de andar con los crampones, afianzando cada paso en el resbaladizo hielo, muy fino en algunas zonas por la fecha en que estamos, y vigilando siempre por el rabillo del ojo la pendiente de hielo a nuestra izquierda. “El año pasado en este mismo fin de semana se mataron dos aquí”, nos tranquiliza Javi. Nos dividimos en dos grupos, cada uno con un guía: Carlos, Eladio y Pedro por delante con Javi. “Nosotros vamos a hacer nuestra ascensión”, nos dice. ¡Ya lo creo!, nos hace tirar con piolet y las puntas de los crampones por una pared de hielo, no queremos ni saber su inclinación, eso sí, tras asegurarnos con una cuerda. Mientras, el grupo dirigido por Agustín (Sergio, Luismi, Paco y Javier) cruzan en diagonal el glaciar despacio, bien asegurados por su guía.

Al haber trepado hasta la parte superior del glaciar, pasamos rápido bajo el collado hasta el final, donde dejamos los crampones. Sin habernos repuesto del dolor de tobillos, Javi nos impulsa a subir el tramo que queda hasta la cima, todavía atados. Son diez minutos, pero parecen tres horas; a cada paso hay que parar a tomar aire, y las piernas duelen lo suyo.Cuando llegamos arriba sentimos una mezcla de triunfo y cansancio, pero aún queda el Paso de Mahoma. Sin dejarnos pararnos a pensar o a mirar hacia el abismo que hay a cada lado, nuestro guía nos conduce sobre él hasta la cima. ¡Ya estamos en el techo del Pirineo! La vista es espectacular y estamos exultantes, pero el fuerte y frío viento nos hace retirarnos tras pocos minutos allí. Volvemos a cruzar el Paso, y he de decir que el ir atados era más un impedimento que un apoyo, ya que continuamente sufrimos los tirones de los movimientos de los compañeros. Eso sí, sólo por este Paso merece ser famosa la ascensión a este pico. Empezando nuestro descenso, llega el otro grupo; la dureza del terreno y la fatiga se notan en sus caras, aunque también la satisfacción de haber llegado. Sin embargo, su guía les deja descansar en la antecima, y por ello la mayoría renuncian a cruzar, aunque Sergio supera la impresión…….. y lo consigue!.

El descenso también se hace duro, el glaciar impresiona aún más ahora que vas hacia abajo y miras frecuentemente el final del hielo. Cuando por fin descalzamos los crampones, comemos un bocadillo y disfrutamos entre todos de las experiencias de la mañana. El largo descenso es por otra ruta, hacia Aiguallots, y tenemos la suerte de ver sarrios y perdices nivales, aunque algunos van pagando el tremendo esfuerzo del día y se les hace muy largo. Una vez abajo, el Aneto se nos muestra despejado para una última mirada antes de volver hasta el coche….., tras otros ¾ de hora inesperados de caminata. Por fin, todos disfrutamos de descanso, unas cervezas en Benasque, y la sensación de que hemos hecho algo que estaba un poco por encima de nuestras posibilidades y preparación, y de que hemos salido triunfantes. Pasará mucho tiempo, si llega, para que otro día de montaña supere este, y desde luego ninguno de nosotros, por uno u otro motivo, lo olvidará nunca.

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